domingo, 30 de enero de 2011

Enero

Libros...

... leídos: La inmortalidad de Milan Kundera, Jakob von Gunten de Robert Walser, París no se acaba nunca de Enrique Vila-Matas y The Tales of Beedle the Bard de J.K. Rowling.

... comenzados: Los miserables de Victor Hugo y Platero y yo de Juan Ramón Jiménez. 

... en proceso de lectura: Los miserables de Victor Hugo y Platero y yo de Juan Ramón Jiménez.

... abandonados: -


Enero ha sido un mes muy fructífero.






sábado, 29 de enero de 2011

Una reflexión irónica, un nuevo mundo (virtual e infinito) y una coña pitorrona

«Hay que entender que en España no es de sentido común escribir sin ser una buena persona, porque los libros que pueden encontrarse en las librerías y que incluyen entre sus páginas sexo explícito y provocación gratuita están todos traducidos del francés: Michel Houllebecq, Catherine Millet, Virginie Despentes, Raoul Vaneigem, Ferdinand Celine, Jean Genet... Incluso los autores japoneses más incómodos los traducimos del francés.

Los españoles, salvo un par o tres, son probos ciudadanos, por lo tanto, su literatura es la literatura de escritores decentes. ¿Hay racismo en España? No. ¿Hay antisemitismo o machismo? Ni de coña. ¿Alguien tiene un mal día alguna vez y tilda de hijo de puta al conductor del carril vecino? ¡Que no, hombre! Eso, en Francia.»

OLMOS, Alberto: Vida y opiniones de Juan Mal-herido. Edición a cargo de Alberto Olmos. 










viernes, 28 de enero de 2011

La loca del pelo rojo

Cloc… Cloc… Cloc… La valkiria entra en la oficina con paso pausado, pero seguro. Cloc… Cloc… Cloc… Sus zapatos siempre pesados, grandes y ruidosos, hoy son botas de piel, la última tendencia de la temporada. Se contonea hacia su despacho, retirándose el pesado foulard –casi sábana, casi manta- del cuello, saluda en voz alta a las chicas sin mirar a ninguna, escudada tras sus gigantes gafas de sol, no grita, pero su voz resuena, gutural, en la habitación. Cloc… Cloc… Cloc… Pasa por delante de la nueva, que se encoge ante tamaña tipa. Las demás nos miramos de reojo, como siempre. Cloc… Cloc… Cloc… Se toma su tiempo, nos toma el pulso. Antes de llegar a la puerta de su cueva le pregunta a la mami primeriza, sin mirarla, tecleando en el móvil, que cómo se encuentra su pequeño. La mamá sabe que no quiere una respuesta larga, ni quiere saber que el bebé lleva dos días con fiebre, que ha pasado dos noches en Urgencias, que está destrozada por los nervios, así que sólo le dice que está bien, un poco resfriado, pero bien. La mujerona, satisfecha, entra en sus dominios, y la oímos sentarse en su sillón, que se queja bajo tamaña envergadura. Su perfume, fuerte y envolvente, nos llega ahora, nos arruga la nariz, a la novata la hace estornudar, las demás nos miramos de reojo, como siempre. Empiezan sus llamadas de rigor, habla fuerte, la oímos todas, ¿quiere que la oigamos? Nunca cierra la puerta, dice que siempre está abierta para todos. Valiente tontería. La gelidez de sus maneras traspasa madera, vidrio y yeso. La chica del bar llega con los pedidos. El olor a café nos reconforta. La joven vacila antes de entrar en la guarida de la osa con su capuchino descremado. Sale deprisa y desaparece trotando hacia parajes más cálidos. La voz de nuestra ama retumba con el nombre de la compañera divorciada. Ésta se levanta resoplando, no muy fuerte, para que no la oiga, se arregla la falda, se atusa el pelo, coge un fajo de papeles del escritorio y desaparece siguiendo el eco. Oímos claramente las preguntas de la bestia parda, pero no las respuestas de su presa. Cada vez levanta más la voz, y nos empezamos a inquietar. ¿Se la comerá? Quién sabe. No parecía que viniera con sed de sangre. La loca del pelo rojo.